Día de muertos: los guerreros que vuelan junto al sol y el paraíso terrenal

Día de muertos: los guerreros que vuelan junto al sol y el paraíso terrenal

Con estas palabras terminaban las exequias en honor de los muertos en combate:

“oh, muertos, llegastes [sic] al resplandeciente señor y transparente sol: ya os holgaís y regocijaís con él le llamaís paseándoos por sus deleitosos llanos, allá en la tierra chamuscados, pintados y rayados con diversos rosicleres y colores delante de resplandeciente sol, donde ya no os veremos más: haced bien vuestro oficio con todo cuidado y diligencia”.

 (Duran, 1951)

Una vez que la deidad Tlaltecuhtli “devoraba” los cuerpos, su “alma” emprendía el camino a su destino, el cual, era marcado por la forma en que habrían muerto.

De acuerdo con Fray Bartolomé de las Casas, los guerreros muertos en combate o capturados y sacrificados en honor al sol; las mujeres guerreras y las que morían en el primer parto, tenían como destino la Casa del Sol, donde debían acompañar al Sol desde su nacimiento por el oriente, hasta el mediodía.

Era un gran valle con arboledas y jardines floridos en los que permanecían las almas de los guerreros en continuo placer y deleite; sin sentir ya jamás tristezas, dolor o disgusto.

Este privilegiado lugar también podía ser ocupado por los comerciantes que morían durante alguna expedición, ya que su función no sólo consistía en transportar mercancías. Su paso por distintos pueblos permitía informar a los mandos militares sobe la situación de las distintas regiones.

El historiador Alfredo López Austin, señala que: “Huitzilopochtli y Cihuacóatl Quilaztli también llevaban al Cielo del Sol a los muertos en guerra (militares o no), a las muertas en su primer parto, a los sacrificados en su honor y a los comerciantes que fallecían en una expedición mercantil, aunque la causa del deceso de éstos hubiese sido una enfermedad común”.

Para los muertos en combate, acompañar al sol les llevaba ochenta días. En cambio, el destino de convertirse en aves de bello plumaje que liban el néctar de las flores tanto en el cielo como en la tierra tomaba cuatro años.

Sobre este momento, Fray Juan de Torquemada expresaría: “pasados cuatro años se tornaban las ánimas de estos difuntos en diversas aves de pluma rica y color y que chupaban flores, así allá en el cielo, como en este mundo, a la manera de pajaritos tzintzones las chupan”.

Tlalocan

El mismo Sahagún nombraría a este lugar como el “paraíso terrenal”, donde las ánimas encontraban “muchos regocijos y refrigerios, sin pena ninguna”. Aquí iban los que morían por un rayo, por sarna, ahogados, leprosos, gotosos e hidrópicos, así como aquellos con enfermedades contagiosas o incurables. La deidad que gobernaba este lugar era el Dios del Agua –Tlaloc- y sus ayudantes, los tlaloques.

El Tlalocan era descrito por los mexicas como un lugar lleno de felicidad, en donde había toda clase de árboles frutales, maíz, frijol y chía. En aquel jardín de delicias, las almas pasaban una existencia de juegos y descanso bajo los árboles en compañía de alegres camaradas y toda clase de manjares al alcance de la mano.

Fundación del Centro Histórico de la Ciudad de México

Las Ofrendas de Día de Muertos son símbolos de una tradición que ha acompañado a México desde sus orígenes. Su celebración y culto, a través de diversas interpretaciones individuales, otorgan un valor colectivo de respeto y continuidad.

Inscríbete al tradicional Concurso de Ofrendas del Corredor Cultural Regina en el siguiente enlace y sé parte de una de las tradiciones más arraigadas en la cultura mexicana.

¡Compártenos!
No Comments

Sorry, the comment form is closed at this time.