Día de muertos: Antes del Mictlán, Tlaltecuhtli

Día de muertos: Antes del Mictlán, Tlaltecuhtli

“Dime cómo mueres y te diré quién eres”
Octavio Paz

Una de las tradiciones más importantes para las culturas mesoamericanas es el Día de Muertos. Su estado actual, es resultado de un legado generacional que ha permitido que nuevos paradigmas y definiciones entrelacen el pasado con el presente.

El próximo 1 y 2 de noviembre conmemoraremos los rituales que celebran la vida de nuestros ancestros, y que datan de tres mil años atrás aproximadamente.

Celebraciones prehispánicas

Antes de la llegada de los españoles, los mexicas recordaban a sus muertos durante cuarenta días seguidos, con flores, fiestas y sacrificios.

Si revisamos la conformación del calendario que regía la vida de los aztecas, se establecía a partir de estas dos necesidades fundamentales: vida y muerte, agricultura y guerra.

Durante el Tlaxochimaco (ofrenda de las flores), del 23 de julio al 11 de agosto, se conmemoraba la Fiesta de los muertos. Se sacrificaba a una víctima que representaba al señor del inframundo, Mictlantecuhtli; y se ofrendaban niños a Tezcatipoca .

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La Fiesta de los muertos continuaba con el Xócotl Huetzi (el fruto cae), del 12 al 31 de agosto. En esta celebración se realizaban juegos en honor al dios otomí Otontecuhtli y a Yacatecuhtli, divinidad de los mercaderes.

En la creencia judeocristiana cuando las personas mueren, sus pecados y bondades son juzgados para determinar si su alma goza en el cielo o sufre eternamente en el infierno. Sin embargo, en las culturas mesoamericanas el tipo de muerte de cada individuo determinaba al lugar que se dirigirían.

Fray Bartolomé de las Casas se refirió a esto de la siguiente forma:

Munchas destas gentes, como arriba se tocó, creían que dentro de la tierra había infierno, y que contenía nueve casas o habitaciones, a cada una de las cuales iba cierto género de pecadores. Los que morían  de su muerte natural, por enfermedad causada, decían que iban, según ellos, a otra parte, los que de heridas, eran igual a los de bubas. Los niños iban a otra distinta parte –Chichihualcuauhco-. Los muertos en guerra o sacrificados ante los ídolos tenían que su aposento era en la casa del sol, no dentro, ni arriba en el cielo, porque a este lugar ninguna pensaba que llegaba. Llamaban la casa del sol, tonatiuhixco, que significa del nacimiento o el oriente donde nasce el sol”.

No obstante su destino, debían pasar por la presencia de la Tlaltecuhtli, deidad que se presentaba como una dualidad, señor/señora de la tierra, cuya función es la de devoradora-paridora de los cadáveres.

De acuerdo con el estudio “Tlaltecuhtli, señor de la tierra” (Matos, 1997), una de sus funciones era marcar el cambio a una nueva forma, que permitiera al individuo muerto seguir el proceso de ser comido por la tierra, y renacer a una nueva vida para continuar su tránsito hacia su destino. Por lo tanto, sin importar la forma en que hubiese muerto una persona, tenían que ser devorados antes de ir al Tlalocan o Mictlán.

Hace 11 años exactamente, el 2 de octubre de 2006, durante unas excavaciones realizadas en los cimiento del Templo Mayor en el Centro Histórico de la Ciudad de México, fue desenterrado un enorme monolito con la imagen de la Tlaltecuhtli.

De acuerdo con el Consejo de Ciencia y Tecnología de México, este es el hallazgo arqueológico más importante en los últimos 30 años.

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